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Obesidad y sedentarismo infantil
La obesidad en la infancia fue reconocida como un asunto serio de la salud pública en Estados Unidos en los años 80. Sin embargo, la obesidad y el sobrepeso en la infancia lleva ya unas décadas tomando un lugar importante de preocupación social, causando alarma tanto en los países desarrollados como en los que están en vías de desarrollo de todo el mundo.
Es evidente que, en todos los países donde los datos están disponibles, la obesidad en la niñez y la juventud está manifestando una tendencia al alza, lo que ha generado mucha preocupación en los académicos, en los médicos, y en los mismos gobiernos.
La certeza de un alto porcentaje de niños/niñas y jóvenes obesos en el mundo ha sido el detonante de diversas investigaciones, estudios y programas hacia la búsqueda de los motivos y su posible repercusión en la salud de los individuos.
Fruto de las conclusiones de dichos trabajos se ha constatado que es importante conocer las causas, diversas y multifactoriale, que inciden en la existencia de obesidad y, sobre todo, la incidencia que puede tener en edad infanto-juvenil y su repercusión a lo largo de su vida.
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Entorno obesogénico
Dr. Domingo Blázquez Sánchez
El sobrepeso y la obesidad se abordan tradicionalmente como si fueran problemas de individuos aislados de su entorno. En efecto, muchas de las actuales estrategias para prevenir y revertir el incremento de obesidad entre la población están centradas en que cada persona cambie individualmente sus hábitos alimenticios (consumiendo más productos ricos en proteínas, vitaminas y minerales, y menos grasas saturadas y carbohidratos) o en que incremente su actividad física habitual. Aunque este enfoque es por supuesto correcto y necesario, dado que la única manera de revertir el sobrepeso y la obesidad es cambiando conductas y hábitos a las personas, lo cierto es que hay un factor que muchos estudios y programas sociales suelen dejar de lado: el ambiente en el que los hábitos se desarrollan y en el cual pretenden modificarse.
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Según Santos Muñoz (2005), para poder intervenir e intentar solucionar este problema de salud, es necesario que comprendamos las causas que han desencadenado esta epidemia. El rápido y espectacular aumento de la prevalencia de sobrepeso y obesidad experimentado en las últimas décadas no puede ser atribuido exclusivamente a causas unifactoriales. Aunque los factores hereditarios sean importantes, el genoma humano no se modifica en tan poco espacio de tiempo. De ahí que los factores ambientales que están produciendo cambios permanentes en el estilo de vida, desempeñen un rol esencial creando el llamado entorno obesogénico (IOTF, 2002). Éste se puede definir como la suma de las influencias que el ambiente, las oportunidades o las condiciones de vida tienen en la promoción de la obesidad de los individuos o de las poblaciones (Lake & Townshend, n.d.). Un entorno obesogénico juega un papel fundamental a la hora de entender cómo se generalizan ciertos hábitos alimenticios y de actividad física en grandes grupos de gente.
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Figura. Adaptación de los factores que contribuyen al entorno obesogénico. Fuente: (IOTF, 2002)
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La evidencia más clara para detectar si un entorno es obesogénico o no, tiene que ver con la oportunidad de ingesta y de actividad física. Si pensamos en los ambientes urbanos (en los cuales vive más del 50% de la población mundial actual, según cifras de la ONU), no es difícil darse cuenta de que vivimos en ambientes obesogénicos. Para recorrer grandes distancias en las ciudades es casi obligatorio moverse en transportes motorizados que limitan nuestra actividad física; la actividad laboral es mayormente sedentaria; la oferta alimentaria en las cercanías de los centros de trabajo suele ser deficiente (nutricionalmente hablando); los parques, ciclo vías (carril bici) y espacios para realizar deporte son escasos o tienen un costo que pocos pueden solventar. En palabras de Hans-Rudolf Berthoud, del laboratorio de neurobiología de la nutrición de la Universidad de Lousiana (Hans-Rudolf Berthoud, Neurobiology of Nutrition Laboratory, Pennington Biomedical Research Center, Louisiana State University System, Baton Rouge, Louisiana, USA), “el modo en que vivimos, particularmente en lo relacionado con qué, cuándo y cómo comemos y trabajamos ha cambiado drásticamente con la transformación gradual de la sociedad agrícola a la sociedad de consumo en los últimos 50 años. La comida está fácilmente disponible para un enorme segmento de la población, mientras que la oportunidad de realizar trabajo físico y gastar energía ha disminuido”.
En consecuencia, quienes vivimos en centros urbanos, tanto niños como adultos, tenemos condicionados nuestros hábitos alimenticios y de actividad física por un entorno obesogénico (Egger & Swinburn, 1997).
Aparte de las condiciones urbanas, la familia influye con no poca intensidad en la vitalidad del niño/a. Los padres y madres son quienes deciden comprar alimentos de altas calorías, y/o los que permiten que sus hijos/as caigan en largos períodos en los que sólo realizan labores sedentarias, facilitando el desequilibrio entre la toma de energía y el gasto realizado.
La clave del éxito para resolver el problema de la obesidad reside en la comprensión, la medición y la alteración del citado entorno obesogénico desde una óptica multidisciplinaria, en la que se contemple no sólo moderar la ingesta, sino sentar las bases para que la ingesta y el gasto energético se equilibren.
Aunque existen ya políticas públicas que tratan de mejorar este ambiente para los menores de edad, a través de la Educación Física obligatoria en las escuelas, y limitaciones en las porciones de ciertos alimentos, por ejemplo, aún falta atender ciertos aspectos fundamentales, como la disponibilidad de espacios públicos, la redistribución de espacios de trabajo, migrar de una cultura del transporte motorizado a una de actividad física, y muchos otros más que aborden el sobrepeso y la obesidad como un asunto de cambio de hábitos y balance energético.
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Ciudadanos sanos, capaces y activos: la importancia de la alfabetización física
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Extraído de:
La alfabetización física es la base de la Educación Física, no es un programa sino el resultado de cualquier prestación estructurada de la Educación Física, que se alcanza más fácilmente si los alumnos/as encuentran una gama de oportunidades apropiadas en cada etapa y edad.
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La Educación Física de Calidad, que debe permitir la alfabetización física de los niños y jóvenes, debe figurar durante toda su escolarización, desde la etapa preescolar hasta la secundaria. Las aptitudes motrices son un aspecto vital de la alfabetización física y también para el desarrollo de ciudadanos sanos, capaces y activos.
Dada la importancia de la alfabetización física para un desarrollo humano integral, los responsables políticos deben hacer hincapié en ella, apoyando la alfabetización física a través de programas de educación preescolar que fomenten el juego activo todos los días (correr, saltar, trepar, bailar y saltar).
La promoción de la alfabetización física debe por tanto seguir siendo un elemento fundamental de cualquier currículo de Educación Física durante la educación primaria y secundaria.
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¿Qué aspecto tiene una persona físicamente alfabetizada?
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Las personas físicamente alfabetizadas poseen seguridad y confianza en sí mismas, en sintonía con sus capacidades motrices. Demuestran un control y una coordinación sólidos y pueden responder a las exigencias de un entorno cambiante.
Se relacionan bien con los demás, demostrando sensibilidad en su comunicación verbal y no verbal y tendrán relaciones empáticas. El individuo físicamente alfabetizado disfruta descubriendo nuevas actividades y acogerá con agrado los consejos y orientaciones, confiando en el conocimiento de que experimentará algún éxito.
El individuo apreciará el valor intrínseco de la actividad física, así como su contribución a la salud y el bienestar y será capaz de mirar hacia adelante a lo largo de la vida con la expectativa de que la práctica de la actividad física siga formando parte de la vida.
Whitehead, M. (ed. . (2010). Physical Literacy: Throughout the Lifecourse. New York: Routledge.
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Podrían predecir qué tan obeso puede llegar a ser un bebé
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Investigadores de Inglaterra están proponiendo que usando una fórmula matemática que abarca variables concretas se podría saber si un bebé podría acabar teniendo una infancia obesa. Si se cumpliera el resultado de esta fórmula, sería muy bueno para trabajar con la prevención más que con un tratamiento.
Se habla de que los factores ambientales podrían tener más consecuencias que incluso los factores genéticos. En efecto, la fórmula combina varios factores conocidos para calcular el riesgo de obesidad. El equipo del Imperial College de Londres, que publica el estudio en PLoS One, espera que el avance sea utilizado para identificar a los bebés que están en riesgo. Los investigadores analizaron los registros de 4.032 niños finlandeses nacidos en 1986 y los datos de otros dos estudios que incluyeron a 1.503 niños italianos y 1.032 niños estadounidenses.
Encontraron que analizando unas cuantas mediciones simples, como el peso del bebé al nacer y si la madre era fumadora, era suficiente para predecir la obesidad.
La obesidad infantil puede conducir a muchos problemas de salud, incluidos la diabetes tipo 2 y la enfermedad del corazón. Veamos qué se desprende de la investigación y sí se puede predecir.
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Anteriormente, se pensaba que los factores genéticos podían ofrecer claves importantes sobre problemas de peso más tarde en la vida. Pero sólo uno de cada 10 casos de obesidad es resultado de una rara mutación genética que afecta el apetito, afirman los científicos.
Los expertos están preocupados porque la obesidad infantil se ha incrementado. En Inglaterra se calcula que 17% de niños y 15% de niñas presentan ahora obesidad.
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- Índice de Masa Corporal de los padres
- Número de personas en el hogar
- Estatus profesional de la madre
- Fumó o no la madre durante el embarazo
Los factores de riesgo de obesidad ya son bien conocidos. Pero ésta es la primera vez que se combinan estos factores en una fórmula. El profesor Philippe Froguel, quien dirigió el estudio, afirma que la prevención es la mejor estrategia. Porque una vez obeso puede ser muy difícil que un niño pierda peso.
“La ecuación está basada en datos que todos pueden obtener de un recién nacido y encontramos que ésta puede predecir casi el 80% de los niños obesos” dice el investigador.
“Desafortunadamente, las campañas de prevención pública han sido algo ineficientes para prevenir la obesidad en niños de edad escolar. Enseñar a los padres sobre los peligros de la alimentación excesiva o los malos hábitos alimenticios puede ser mucho más efectivo”.
“El mensaje es simple. Todos los niños en riesgo deben ser identificados, monitoreados y deben recibir buena asesoría. Pero esto es costoso” agrega.
“Hemos hecho un excelente trabajo al destacar que la obesidad es un asunto serio, pero hemos sembrado paranoia en el público general de que todos están en riesgo”.
El profesor Paul Gately, especialista en obesidad infantil de la Universidad Metropolitana de Leeds, Inglaterra, afirma que una herramienta como ésta ayudaría a centrarse en la gente que está en riesgo en lugar de llevar a cabo un enfoque de “una talla única para todos”, la cual, dice, no funciona.
“En lugar de gastar dinero en un gran número de personas, podemos ser más específicos y gastarlo apropiadamente”.
“Quizás no ahorraríamos dinero a corto plazo, pero sería gastado más sabiamente y podría reducir la cuenta de los servicios nacionales de salud en el futuro”.
“Las herramientas de este tipo ayudarán a cambiar esa actitud. Y una vez que las usemos, necesitamos programas de intervención para los niños que están en mayor riesgo” agrega el experto.
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Nuestras propuestas para saber más
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El libro del mes propuesto por INDE
Gamificación en Educación Física. Reflexiones y propuestas para sorprender a tu alumnado
Autores: Enric M. Sebastiani y Josep Campos-Rius (coordinadores)
ISBN 9788497293822
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